sábado, 25 de julio de 2009

Cuento: La medusa (Adriana Alarco de Zadra)

Me estoy disolviendo por el terror. El agua sigue aumentando con fuerza increíble. Mis células se están volviendo cada vez más delgadas y trasparentes.

Debo buscar un lugar donde refugiarme. Los golpes arrecian y no sé hasta cuando voy a poder resistir. Me siento tan mal que si me dijeran que he muerto no me sorprendería...

Los humanos han encontrado la forma de sobrevivir, tienen trajes especiales, cuevas esféricas con oxígeno y luz que se filtra por los resquicios, a través del agua. Son tan creativos que tienen su bola de aire bajo el océano hace mucho tiempo y lo poblaron con sólo un grupo pequeño. Ahora está repleto de gente que se atropella por entrar en el recinto. Trato de estar a la larga. Observo desde mi espacio acuático la lucha que despliegan y el combate de unos contra otros. Son fieros, arrogantes y desmedidos. No así los seres más inteligentes como yo. ¡Me llaman Medusa! Como si fuera una gelatina flotante... Lo cual no es verdad, absolutamente. Soy transparente, elástica, me muevo en el agua con agilidad, escojo la forma que más me acomoda para desplazarme y cuando tengo apetito, me uno a otro ser semejante a mí y lo absorbo.

Los seres humanos que habitan la bola desde hace mucho tiempo, nos han estudiado y se refieren a los de mi especie como a caníbales. Nada más alejado de la verdad. Nosotros le damos vida a nuestros semejantes dentro de nosotros mismos. Así, pensamos con sus mismos pensamientos; crecemos con sus mismos genes; gozamos con su misma felicidad. ¡Qué más quieren!

Los humanos no comprenden.

He visto que ellos traen trajes especiales que usan tanto dentro como fuera del agua.

El planeta se está cubriendo de agua y cada vez hay menos territorio, por eso están buscando desesperadamente lugares para sobrevivir sobre naves que flotan, que vuelan o que bajan a las profundidades submarinas. Así es como han encontrado el refugio secreto submarino, la esfera de las profundidades.

Pero no se quitan sus trajes completamente aún en esas cuevas oxigenadas. Se mueven en forma lenta y torpe. No son delicados y armoniosos como nosotras. Han desarrollado la técnica de rodear los obstáculos más fáciles con la mayor dificultad.

Veo que sus trajes son experimentales porque no los conocen muy bien. Yo floto en las aguas circundantes y los observo. Me acerco a las paredes transparentes que cubren el recinto y veo que algunos de ellos se desnudan el torso y se detienen bajo una luz tan fuerte que me hace huir de la esfera submarina porque produce calor, que yo odio y me desfigura. Probablemente quieren inmunizarse contra bacterias y “bichos acuáticos” como nos llaman a nosotros.

En medio del golpe de las aguas que a ratos me aleja del grupo humano que llega en tropel hacia las profundidades, veo que las nuevas personas no pueden entrar a la esfera. Hay demasiada gente adentro. Se empujan, se enojan, se embisten. El terror es contagioso.

Están más protegidos que nosotros embestidos por las corrientes marinas. El traje inteligente que los cubre se infla y los ayuda a flotar sobre el agua, a nadar y desplazarse y también, quizás, a volar por los aires. Al observar sus botas veo que están implementados con ganchos para recoger sustancias del suelo. Probablemente las analizan. También sus guantes investigan los componentes de las algas y corales que rozan. Son impresionantes los cuchillos que llevan en diferentes partes del cuerpo. Lo mejor es mantenerse alejados prudentemente de estos seres humanos. Pueden ser agresivos, violentos, destructores. No creo que usen sus armas solamente para su defensa porque cortan cualquier cosa con ellos, si les molesta o está a su paso.

No digo que se volverán como nosotros, armónicos y sencillos. No tengo esa esperanza ni los creo seres tan superiores como para eso, pero podría ser que imiten nuestras costumbres en cuanto el territorio se les haga más pequeño. La esfera submarina tiene límites y ellos no pueden resistir bajo las aguas sin sus trajes que los cubren, los protegen, los ayudan a pensar, pues tienen más capacidad que ellos mismos. ¿Quién los habrá inventado? Posiblemente algún ser acuático. Alguna “medusa” de las profundidades.

Veo que ya algunos humanos deciden salir del refugio y explorar el nuevo territorio coralífero que descubren ante sus ojos. Los observo desde lejos aunque no escapo. He venido para tener el placer de irme cuando se me antoje. Ellos no lo pueden hacer. La tierra casi no existe. El océano se apodera de sus territorios secos poco a poco. Deben estar atentos al cuidadoso consumo de cada recurso que poseen pues de ello depende su supervivencia. ¿Cómo desean lograr sus objetivos sin son tan frágiles y torpes?

Ahora veo que se mueven hacia la superficie de las aguas. Cuando han pasado a mi lado he descubierto que en los hombros, el traje inteligente lleva agujas que inyectan líquidos vitamínicos y energizantes si las vibraciones del cuerpo humano dan a entender que está flaqueando por debilidad o ataques externos. Eso los mantiene activos.
A través de las aguas me doy cuenta que alzan vuelo a ras de la superficie como ciertas aves marinas. ¿Van en busca de otra esfera de las profundidades? ¿O quieren escapar a su ineludible destino?

En la bola submarina empieza el caos y la devastación. Yo lo anuncié. Los imitadores son ellos. Los habitantes que quedan en la esfera ya no pueden ni moverse por falta de espacio. Se empujan y golpean. Rompen unos a otros sus trajes con cuchillos afilados. Brota a chorros el líquido rojo que llevan dentro y se dan mordiscos con furor y saña. Ellos también quieren sobrevivir con las virtudes de los otros de su misma raza.

Así es como pensarán sus mismos pensamientos; crecerán con sus mismos genes; gozarán con su misma felicidad. La fiera capacidad de los seres que luchan por su vida es inaudita y los lleva a todos por un mismo camino. Algunos desaparecen para alimentar a los otros. No hay nada nuevo bajo las aguas. Dejemos las novedades para los más ancianos que sólo desean rejuvenecer.

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