viernes, 17 de julio de 2009

Cuento: Inserte cuatro monedas de a peso, por favor (Pedro Félix Novoa Castillo)

Inserte cuatro monedas de a peso, por favor

Pedro Félix Novoa Castillo

A CRONWELL JARA
Por señalarme donde se escondía la ficción


Era las nueve de la madrugada, hacía un calor brutal que despertaría hasta al vago más salvaje del barrio. Sin estar muy convencido en ello, me levanté y descorrí las cortinas de un tirón. El sol entró violento y caliente por la ventana, como si a él también le molestara que me despierte a esa hora. "¡SOL DE MIERDA!", le insulté. Aquella mañana me sentía con el atrevimiento de injuriar a cualquier astro.

Entré sonámbulo a la ducha, sentí el agua helada e hiriente como siempre. Cada
chorro caía como cachetadas en mi pecho, y puñetazos en la frente. Mientras me lavaba la cabeza, me acaricié el cuero cabelludo con la yemas de los dedos, como queriendo masajear ideas interesantes en mi mente, fue inútil. Luego me restregué en las axilas el desodorante corriente de mi padre, y reflexioné que todo era ordinario y vulgar en aquel baño y en toda la casa. "Cuando llegará el día que el sueldo de un profesor alcance para mejores cosas" me dije.

Cogí la pasta dental y no encontré por ningún lado mi cepillo de dientes. Recordé que ayer por la tarde la pequeña sabandija de mi hermano había encontrado la prótesis perfecta para el ausente brazo de su cochino y afeminado muñeco "Rambo". Ahora comprendo aquella malévola sonrisa, cuando lo hacía pelear con "Conan" y de vez en cuando me miraba. Me enjuagué la boca con agua solamente. "Pequeña rata, cuando aprenderás a respetar las cosas de los mayores,"lamenté.

Fui a la cocina y felizmente encontré mi desayuno bien tapado y "el almuerzo está en la refri, no te olvides de calentarlo. Besos mamá" escrito en una nota. Cogí mis cuatro panes con jamonada, mi enorme taza de avena con leche y fui a sentarme frente del televisor. Lo encendí.

Mientras alimentaba mi humanidad, en la pantalla un tipo con una cara de sapo estreñido, se esforzaba por parecer gracioso y explicar los beneficios del prodigioso método "SOMNICLASES 2004". Su voz era gutural y parecía que estaba convencido en lo que decía. Salió un número telefónico con letras fosforescentes que se prendían y apagaban intermitentemente. No sé hasta ahora porqué lo hice, pero lo apunté.

"Llama ahora, llama ya, no dejes para mañana el logro de tu felicidad" concluyó el sapo, ensayando una sonrisita estúpida de medio lado. Apagué el aparato y regresé a mi desayuno.

Mientras intercalaba mordiscos de mi jamonada y largos sorbidos de mi insufrible
avena, comencé a pensar en la manera de conseguir dinero para llamar a ese número. La avena estaba espesa y viscosa en mi paladar, exactamente igual a como estaban mis pensamientos en la cabeza.

Mis ocurrencias eran descabelladas, me decidí por la menos delictiva posible.

No quería volver hacerlo pero qué podía hacer. "Cuando el sueldo de un profesor
alcanzará para grandes cosas, creo que nunca" susurré.

Hace ocho meses que no teníamos línea telefónica, convirtiendo al teléfono en un
adorno más de la sala. Dije que no lo iba hacer más. Pero ya habían pasado dos meses. "Será la última, lo juro". Encendí la computadora.

La impresora no tenía tinta, y hubiese sido por gusto que lo hubiese tenido, ya que ni siquiera papel había. Así que tuve que apuntar en la última hoja de mi cuaderno la clave de respuestas del próximo examen de Química que tomaría mi padre en el colegio donde enseñaba.

Doce pesos no estaban nada mal, si eres un vago que sueles levantarte a las nueve de la mañana, y cuyo único mérito es saber negociar las respuestas de los exámenes, con esa sarta de rufianes, que son los alumnos de tu padre. Felizmente no eran tan estúpidos como para sacarse todos, la máxima nota. Pero nunca se sabe, por si acaso, siempre cambiaba algunas alternativas. No vaya ser que de improviso la clientela sea atacada por un ataque de gula de notas y las consecuencias del empacho lo sufra yo.

Inserté cuatro monedas de a peso. Marqué el número telefónico del cara de sapo y puse todos los sentidos en mi oreja izquierda. Una musiquita hinchapelotas se dejó escuchar en el auricular. Luego de unos minutos, la voz de una mujer que hablaba susurrante, me pedía algunos datos de rigor: como mi edad, mi profesión, si tenía cuenta bancaria, etc. Di los datos de mi padre, obviamente no dije que era profesor de química.

"Bienvenido a SOMNICLASES 2004 -Reconocí la voz gutural del comercial, era el
cerdo cara de sapo- sus días de tristezas y frustraciones han acabado, sírvase seguir las instrucciones para que nos permita hacer de usted un hombre feliz. Marque (1) si desea RESPETO, marque (2) si prefiere AMOR, marque (3) si su elección es SABIDURÍA, marque (4) si quiere PAZ, marque (5) si se decide por OBEDIENCIA. Marque (*) si desea que se le repita las opciones, o marque (0) para salir y volver en otra oportunidad."

De pronto, la voz mamona de la señorita interrumpió: "Inserte cuatro monedas de a peso por favor, si desea continuar con SOMNICLASES 2004". Tuve que hacerlo. Pensé en las alternativas, debía apurarme.

"El Respeto", es algo bueno cuando tienes algo porqué inspirar respeto, y yo sinceramente no creo tener nada respetable, sería fundamental tenerlo, podría ser. "El Amor", es algo que merecería tener uno siempre no importa cómo, ya que es indispensable para ser feliz, también podría ser. "La Sabiduría", tan difícil de conseguir hoy en día, podría ser también. "La Paz" imprescindible para la convivencia humana, podría ser. Y por último"La Obediencia."¿Y para qué podría servirme la obediencia? La respuesta es obvia, para exigir todo a todos en esta vida, incluido claro las otras cuatro alternativas.

Como era de esperarse marqué el cinco.

Nuevamente la voz succionante de la señorita "Gracias por haber preferido SOMNICLASES 2004, el programa de OBEDIENCIA llegará a su hogar en veinticuatro horas. Por favor, Inserte cuatro monedas de a peso por favor, para confirmar el envío. Muchas gracias". El sonido de mis últimas cuatro monedas deslizándose por la ranura del teléfono, lo confirmaron.

Al día siguiente, un tipo cadavérico de mirada escurridiza y con un gorrito tan ridículo como su uniforme tocaba mi puerta. "Está tu papá" advirtió con una voz igual de gutural que la del comercial. Al notar mi sorpresa aclaró: "Siempre me pasa lo mismo. Sí, si lo es. Es mi voz la que sale en el spot publicitario de SOMNICLASES 2004, el gordo solo mueve la boca. Está tu papá" inquirió.

-No, pero yo puedo recibir cualquier entrega. Tengo quince años -aclaré.

El tipo esquelético perdía su escurridiza mirada por la puerta entreabierta de mi cocina.

-Invítame a tomar desayuno y todo arreglado -resolvió.

Me dio la entrega: un miserable CD-ROM con una etiqueta que decía SOMNICLASES 2004, eso era todo. "Falsifica la firma de tu padre en las líneas punteadas" indicó. Sin dudar lo hice, y luego de beberse de un solo trago la avena, se fue llevándose mis cuatro panes con jamonada. Allí comprendí, que cuando esté tan huesudo y hambriento como aquel tipo, miraría a la avena con otros ojos.

Coloqué el CD en la computadora. Una pantalla azul escribía encima "Welcome User 2004", "maldita sea, está en inglés" lamenté entre dientes, pero como si me hubiesen escuchado apareció una ventana desplegable que enumeraba alfabéticamente algo de treinta idiomas distintos. Hice click con el mouse en Spanish.

De inmediato, reconocí la musiquita hinchapelotas, al tiempo que aparecían las
características del programa, los tipos que lo inventaron, y una licencia de varias páginas que no leí por supuesto, pero que tuve que marcar ACEPTO en un recuadro obligado para poder continuar.

Luego, salió un grueso panel que decía: PROGRAMA DE OBEDIENCIA. Salía unas advertencias sobre lo pernicioso del sadomasoquismo y del neofascismo -incluía fotos de hombres con bozal y mujeres encueradas esgrimiendo látigos y videos de masacres de negros y latinos en San Petesburgo- Hice click en NO SOY FASCISTA NI SADOMASOQUISTA y continué.

Por fin las malditas instrucciones: "El programa SOMNICLASES 2004 de OBEDIENCIA, brinda un archivo de sonido con órdenes hipnóticas que luego de ser escuchadas por el usuario en sesiones de dos horas nocturnas durante diez días. Convierten al oyente, en un ser cuyos mandatos serán irresistibles para cualquier persona (salvo que esta sea sorda o tenga problemas de enajenación severa). Haga click para iniciar la primera sesión". Me puse los audífonos, hice click al tiempo que me acomodaba en el mueble más cercano. No tardé en quedarme dormido.

Lo continué haciendo en las nueve noches que siguieron. Al comienzo era un fastidio dormir en los muebles con esos audífonos que machacaban mis pobres orejas. Pero me acostumbré rápidamente al dolor de espalda y a un tintilleo de mierda en los tímpanos.

Como ya había pasado el tiempo requerido, quise comprobar si por fin había aprendido a ser omniobedecido. Así que decidí llamar al pequeño bribón de mi hermano, y comprobar primero con él, el poder de mis primeros mandatos incuestionables.

"Limpiarás todos los días tu cuarto y el mío hasta que yo te diga lo contrario" fue la orden. El pequeño rapaz fue de inmediato a limpiar sus cachivaches. A la media hora, su cuarto y el mío parecían habitaciones de convento. El piso lucía brillante como una gran idea y las paredes blancas y limpias como una bendición.

Me dirigí a la cocina, "Seguirás con el pan con jamonada, pero jamás prepararás
avena con leche para el desayuno" ordené a mi madre. Salí a dar un paseo, la calle como el clima estaban realmente maravillosos.

Una guapa muchacha sintió el susurro de un mandato mío al oído y de inmediato me estampó un apasionado beso. Le cogí la mano y nos fuimos a una pizzería cercana. Ordené al mozo dos porciones con harto peperoni y dos refrescos de maracuyá bien helados.

Obviamente le exigí que no tuviera el atrevimiento de cobrarme. La chica mordía su pedazo de pizza y el queso se estiraba como su sonrisa. No tardó en sorber con su cañita el maracuyá y ponerse romántica "te gusta la poesía" me preguntó. "Diablos" pensé, yo era de los que creían que los versos eran para afeminados. Pensé en alguno, no se me ocurría nada.

Me incomodé mucho con mi ignorancia poética, "te ordeno que imagines el mejor
poema que jamás hayas escuchado y que estés tan conmovida que quieras hacer el amor conmigo".

Diez minutos después, le exigía al hotelero de un respetable hostal una respetable habitación con cable y video porno. Pedí una botella de gin con hielo y espejos en el techo porque estaba inspirado. Me sentía un Pablo Neruda minutos antes de recibir el Nóbel.

Llegamos a la habitación y comenzamos a desvestirnos. El cuerpo de la muchacha
valía la pizza y los refrescos que le invité. Busqué en los bolsillos de mi pantalón un par de preservativos de rigor.

Le ordené que bailara un poco para mí. La chica me dijo que no sabía bailar ni siquiera bien un vals. Le ordené que imaginara ser la mejor odalisca que jamás se haya visto, y que sin perder más tiempo ejecute para mí la danza turca del ombligo. Cogí de inmediato el intercomunicador y le dije al hotelero que necesitaba música cachonda en el cuarto 203.

Ella comenzó a ondular el vientre, y a sacudir las caderas. Pensé en la buena elección que había hecho, al elegir el Programa de "Obediencia". Definitivamente con él lo había obtenido todo.

El poder me sonreía, y yo sonreía con él.

De pronto, el auricular se me prendió de la oreja izquierda como si fuera un animal rabioso o algo así. Una mierda de voz me decía que tenía que insertar en cualquier cabina telefónica cuatro monedas de a peso para poder continuar, la reconocí de inmediato: era la voz de la mamona.

Me comenzó a doler terriblemente la cabeza, cada palabra era una punzada, no lo
podía soportar. "¡TIENES CUATRO PESOS!" le grité a mi acompañante que no dejaba de contonearse en su baile. "¡MALDICIÓN PERRA, NO ME HAS ESCUCHADO: TIENES CUATRO PESOS!" ella seguía danzando, moviendo las caderas frenéticamente.

Por su parte el auricular, seguía insistiendo. La puta voz era cada vez más exigente, y cada vez más agresiva. No sé de donde subían el volumen. "INSERTE CUATRO MONEDAS DE A PESO POR FAVOR, si desea continuar con SOMNICLASES 2004".

Mi oreja izquierda comenzó a sangrar, sentí que un hilo de sangre corría de mi atormentado oído hacia ninguna parte.

Comencé a retorcerme de dolor, de golpe todo empeoró. Ahora el dolor se duplicó.
Eran los dos oídos a la vez, la voz mamona seguía insistiendo en sus cuatro pesos. Caí al suelo. Vi los pies de la danzante que seguían en lo suyo, la música era para ella sola, para mí el mismo eco, el mismo sufrimiento ahora doble. Rebusqué por última vez mis bolsillos. No había nada, estaba tan vacío como yo. Ni una miserable moneda, ni una miserable idea. Desesperadamente, comencé a morir.

Pude verme caído en el mueble al lado de la computadora, con los audífonos puestos y con una expresión de horror que más parecía de muerte en el rostro. Mis dedos crispados arañaban la alfombra corriente de mi sala.

No quisiera tener este absurdo final, tan solo por no tener cuatro miserables monedas. ¿Tendrás cuatro monedas de a peso por favor, querido lector?

FIN

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