Al escritor Daniel Salvo
“la ficción es más cercana y real
que nosotros mismos”
Me lo tuvo exigiendo tanto que terminé por complacerlo. Más por desesperación que por convencimiento, accedí a incluirlo en este cuento como personaje. Su nombre es César y dice apellidarse Hidalgo -asunto que no me consta ni me interesa confirmar-, se dedica a destapar cervezas bien heladas, a tomárselas de inmediato y muy de vez en cuando a pagarlas. El dinero lo obtiene del alquiler de cuatro pequeños departamentos, que parasitaria y puntualmente cobra los fines de mes.
- ¡Venga hombre! Hagamos un tercer brindis por el Premio -dijo estirando una torcida sonrisa en la cara- No puede ser de otra manera, no todos los días se gana…¿premio de qué era, dijisteis? ¿pintura, escultura..?
-De literatura señor…
-¡Joder, chaval! –interrumpió– dejéis eso de señor, el señor está en los cielos. Los amigos me dicen César nomás.
¿Y quién mierda te ha dicho que somos amigos?, pensé como quien escupe mentalmente.
-Está bien, César. Tiene razón, no todos los días se gana un reconocimiento. Este mundo está repleto de indiferencia.
-Pero, no te pongáis así. Vosotros los sudamericanos se quiebran rápido. Estás en la Madre Patria, aquí tenemos buen olfato para el arte. ¡Vamos hombre, si todavía te queda quince días en Madrid!
-Ese es precisamente el problema. No me alcanza para cubrir la estadía. Además el premio no es mucho, a la justas cubrirá el pasaje de regreso a Chile…
-Has como tu compatriota Julio Cortázar cuando todavía no era conocido. Él una vez escribió un poemario para pagar diez días de alquiler.
-Julio Cortázar no escribía poemas, y no era chileno sino argentino - corregí.
-¡Hostias! ya me acordé. Pablo Milanés, el que escribió esos versos tan lindos que decían más o menos así: “ me gustas cuando calláis, porque como ausente estáis …”
-Querrá decir Pablo Neruda -corregí nuevamente. Deseé matar a ese tipo por aquella abominable confusión.
-Neruda o Milanés, viene a ser lo mismo. Lo importante que salió del paso con unos cuantos poemas.
Definitivamente tendría que matar a ese tipo.
-¿Y va a salir mi nombre completo? -preguntó destapando la cuarta botella.
-Por supuesto -le respondí, notando que las cervezas se amontonaban y que iba a ser yo quien al final, las iría a pagar.
-Pero no te olvides de poner un hecho alucinante. De esos que has puesto en el cuento que ha ganado ?advirtió apurando el trago. Lamenté mil veces habérselo contado.
-No se preocupe -dije, sirviendo con prudencia mi vaso? la ciencia ficción es mi fuerte.
-Si es así SALUD -rozó su vaso con el mío- cuando lo vea publicado, aunque sea en Internet, te perdono medio mes de pensión. ¿Qué piensas poner?
-Todo lo que está pasando y pase en este día.
-¿Nada más? Pero eso no tiene nada de alucinante.
-Le parece poco ?reclamé.
-¿Acaso tú no escribes ciencia ficción? Quiero extraterrestres, androides, naves, platillos voladores y otras mierdas parecidas…Son quince días de renta -exigió, como quien exige una bueena carne en un puesto de hamburguesas al paso.
-No se preocupe, ya agregaré algún alienígena -aseguré.
En eso, irrumpió alguien en donde estábamos. César me miró y preguntó:
-¿También va a salir?
-¿Es necesario que salga? -repliqué algo incómodo.
-Sí, pero muy de volada -agregó? No es necesario que preccises su identidad, nada.
-Como quiera -respondí mirando esquivo a quien había entrado.
Me paré, recogí las seis botellas de cerveza vacías, y fui a la tienda a pagarlas. Llegué a mi habitación indignado con aquel tipo. No debió exigirme un personaje más, encima crear un estúpido misterio sobre su identidad, sin especificar ni siquiera su género. Me parecía excesivamente absurdo. Y me sentí un imbécil por seguirle el juego, por vender este cuento por quince días de pensión, por aceptar dos personajes en vez de uno. Era demasiado para un escritor, me veía el ejemplo nefasto a no seguir, la prostituta que por decir quién es, pretende ser menos prostituta. Recordé su espantosa recitación de Neruda. Cogí mi cuaderno de apuntes invadido por un deseo de revancha, no por mí sino por el arte. Me puse a escribir.
De pronto, el personaje misterioso apareció. Le insulté, le dije que se largara y que nunca debió haber venido. Sin despedirse, ni siquiera molestarse por los insultos, se largó. César Hidalgo, que lo estuvo escuchando todo, llegó indignado. "¡¡Sudaca comemierda, porque habéis dicho todo eso!!", me reprochó mientras acercaba su rostro junto al mío. Siempre había tenido mal aliento pero aquella vez era peor, parecía que el estar furioso le imprimía una hediondez adicional a su boca. De golpe, se le veía tan terrible como su aliento. Su cuerpo comenzó a llenarse de burbujas verdes y viscosas, sus encías amarillentas enmarcaban colmillos nefastos. Comenzó a dar dentelladas amenazadoras al vacío. Pude ver una especie de rabo espinado que le resbalaba de la nuca hasta el suelo. Era más de lo que podía soportar, le cogí una de sus extremidades –tenía ocho que más parecían tentáculos- y le apliqué una llave de judo que había aprendido cuando fui a Amsterdam. Imaginé que tenía el brazo del cabeza rapada que pisoteó mi nariz mapocha en aquella hospitalaria y aria ciudad; trabajé duro una buena palanca. Tuve que aceptar media docena de patadas en el bajo vientre y puñetazos en la espalda que casi me deslomaron para lograr derribarlo. Tengo que confesar que no fue nada fácil acabar con él. Tuve que ir hasta mi cuarto traer una navaja y degollar a ese engendro allí mismo.
-Dije que estarías en el cuento. Pero no me preguntaste si después vivirías -le dije sin comprender que un cadáver podría oírme.
"Ahora es necesario encontrar al otro personaje, él es el único que podría delatarme, tengo que deshacerme de él". Pensé, pero eso ya sería otro cuento para dentro de quince días.
© Pedro Félix Novoa Castillo
Aparecido en FOBOS 23 Santiago de Chile -Setiembre 2004
“la ficción es más cercana y real
que nosotros mismos”
Me lo tuvo exigiendo tanto que terminé por complacerlo. Más por desesperación que por convencimiento, accedí a incluirlo en este cuento como personaje. Su nombre es César y dice apellidarse Hidalgo -asunto que no me consta ni me interesa confirmar-, se dedica a destapar cervezas bien heladas, a tomárselas de inmediato y muy de vez en cuando a pagarlas. El dinero lo obtiene del alquiler de cuatro pequeños departamentos, que parasitaria y puntualmente cobra los fines de mes.
- ¡Venga hombre! Hagamos un tercer brindis por el Premio -dijo estirando una torcida sonrisa en la cara- No puede ser de otra manera, no todos los días se gana…¿premio de qué era, dijisteis? ¿pintura, escultura..?
-De literatura señor…
-¡Joder, chaval! –interrumpió– dejéis eso de señor, el señor está en los cielos. Los amigos me dicen César nomás.
¿Y quién mierda te ha dicho que somos amigos?, pensé como quien escupe mentalmente.
-Está bien, César. Tiene razón, no todos los días se gana un reconocimiento. Este mundo está repleto de indiferencia.
-Pero, no te pongáis así. Vosotros los sudamericanos se quiebran rápido. Estás en la Madre Patria, aquí tenemos buen olfato para el arte. ¡Vamos hombre, si todavía te queda quince días en Madrid!
-Ese es precisamente el problema. No me alcanza para cubrir la estadía. Además el premio no es mucho, a la justas cubrirá el pasaje de regreso a Chile…
-Has como tu compatriota Julio Cortázar cuando todavía no era conocido. Él una vez escribió un poemario para pagar diez días de alquiler.
-Julio Cortázar no escribía poemas, y no era chileno sino argentino - corregí.
-¡Hostias! ya me acordé. Pablo Milanés, el que escribió esos versos tan lindos que decían más o menos así: “ me gustas cuando calláis, porque como ausente estáis …”
-Querrá decir Pablo Neruda -corregí nuevamente. Deseé matar a ese tipo por aquella abominable confusión.
-Neruda o Milanés, viene a ser lo mismo. Lo importante que salió del paso con unos cuantos poemas.
Definitivamente tendría que matar a ese tipo.
-¿Y va a salir mi nombre completo? -preguntó destapando la cuarta botella.
-Por supuesto -le respondí, notando que las cervezas se amontonaban y que iba a ser yo quien al final, las iría a pagar.
-Pero no te olvides de poner un hecho alucinante. De esos que has puesto en el cuento que ha ganado ?advirtió apurando el trago. Lamenté mil veces habérselo contado.
-No se preocupe -dije, sirviendo con prudencia mi vaso? la ciencia ficción es mi fuerte.
-Si es así SALUD -rozó su vaso con el mío- cuando lo vea publicado, aunque sea en Internet, te perdono medio mes de pensión. ¿Qué piensas poner?
-Todo lo que está pasando y pase en este día.
-¿Nada más? Pero eso no tiene nada de alucinante.
-Le parece poco ?reclamé.
-¿Acaso tú no escribes ciencia ficción? Quiero extraterrestres, androides, naves, platillos voladores y otras mierdas parecidas…Son quince días de renta -exigió, como quien exige una bueena carne en un puesto de hamburguesas al paso.
-No se preocupe, ya agregaré algún alienígena -aseguré.
En eso, irrumpió alguien en donde estábamos. César me miró y preguntó:
-¿También va a salir?
-¿Es necesario que salga? -repliqué algo incómodo.
-Sí, pero muy de volada -agregó? No es necesario que preccises su identidad, nada.
-Como quiera -respondí mirando esquivo a quien había entrado.
Me paré, recogí las seis botellas de cerveza vacías, y fui a la tienda a pagarlas. Llegué a mi habitación indignado con aquel tipo. No debió exigirme un personaje más, encima crear un estúpido misterio sobre su identidad, sin especificar ni siquiera su género. Me parecía excesivamente absurdo. Y me sentí un imbécil por seguirle el juego, por vender este cuento por quince días de pensión, por aceptar dos personajes en vez de uno. Era demasiado para un escritor, me veía el ejemplo nefasto a no seguir, la prostituta que por decir quién es, pretende ser menos prostituta. Recordé su espantosa recitación de Neruda. Cogí mi cuaderno de apuntes invadido por un deseo de revancha, no por mí sino por el arte. Me puse a escribir.
De pronto, el personaje misterioso apareció. Le insulté, le dije que se largara y que nunca debió haber venido. Sin despedirse, ni siquiera molestarse por los insultos, se largó. César Hidalgo, que lo estuvo escuchando todo, llegó indignado. "¡¡Sudaca comemierda, porque habéis dicho todo eso!!", me reprochó mientras acercaba su rostro junto al mío. Siempre había tenido mal aliento pero aquella vez era peor, parecía que el estar furioso le imprimía una hediondez adicional a su boca. De golpe, se le veía tan terrible como su aliento. Su cuerpo comenzó a llenarse de burbujas verdes y viscosas, sus encías amarillentas enmarcaban colmillos nefastos. Comenzó a dar dentelladas amenazadoras al vacío. Pude ver una especie de rabo espinado que le resbalaba de la nuca hasta el suelo. Era más de lo que podía soportar, le cogí una de sus extremidades –tenía ocho que más parecían tentáculos- y le apliqué una llave de judo que había aprendido cuando fui a Amsterdam. Imaginé que tenía el brazo del cabeza rapada que pisoteó mi nariz mapocha en aquella hospitalaria y aria ciudad; trabajé duro una buena palanca. Tuve que aceptar media docena de patadas en el bajo vientre y puñetazos en la espalda que casi me deslomaron para lograr derribarlo. Tengo que confesar que no fue nada fácil acabar con él. Tuve que ir hasta mi cuarto traer una navaja y degollar a ese engendro allí mismo.
-Dije que estarías en el cuento. Pero no me preguntaste si después vivirías -le dije sin comprender que un cadáver podría oírme.
"Ahora es necesario encontrar al otro personaje, él es el único que podría delatarme, tengo que deshacerme de él". Pensé, pero eso ya sería otro cuento para dentro de quince días.
© Pedro Félix Novoa Castillo
Aparecido en FOBOS 23 Santiago de Chile -Setiembre 2004
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