viernes, 17 de julio de 2009

Reseña: El león de Comarre/ A la caída de la noche (Arthur C. Clarke)

El león de Comarre transcurre en un futuro lejanísimo, donde el medio ambiente ha sido completamente domesticado por el hombre. Hay muchas cosas qué hacer en la ciudad, pero eso no impide que el protagonista, Richard Peyton III, sienta deseos de conocer "otras" cosas. Richard es también algo así como el último ingeniero, alguien con deseos de crear e inventar, un solitario en un mundo donde se cree que TODO ha sido ya inventado. En ese ambiente plácido y seguro, existe sin embargo la leyenda de Comarre, una ciudadela construida por un antepasado de Richard, rodeada de misterio. Richard decide ir en su busca. Las leyendas le proporcionan indicios de su ubicación, cercana a un valle africano. Ahí se encontrará con el león del título, un animal modificado, descendiente de los leones actuales, pero de un tamaño mucho mayor y condicionado para mostrar docilidad ante los humanos. Junto al león, Richard descubrirá la entrada a Comarre, lugar cuya naturaleza resultará sorprendente para el lector. Causa cierta gracia la aparición de un robot del modelo más "clásico" que pueda imaginarse, cuya descripción coincide más bien con la de un juguete (emite sonidos mediante dos parlantes protegidos por mallas metálicas).


A la caída de la noche es el relato que después se convirtió en la novela "La ciudad y las estrellas". Resumir todas las sorpresas y maravillas (si, maravillas) de este relato es casi imposible. Capítulo tras capítulo, ocurre algo interesante y se anuncia que algo aún más interesante ocurrirá en el siguiente. El protagonista, Alvin de Lorenne, es un joven inconforme con la vida que lleva en Diaspar, la una ciudad cuyos habitantes son virtualmente inmortales. De naturaleza curiosa y poco afín al estilo de vida de los demás ciudadanos de Diaspar, descubrirá una salida de la misma a otra ciudad cuyo recuerdo había sido prácticamente olvidada, de nombre Lys. Ambas comparten una leyenda: que hace miles (¿o millones?) de años, la humanidad llegó a edificar un imperio en las estrellas, pero un enemigo desconocido, los Invasores, obligó a la humanidad a retirarse a su planeta de origen, estando prohibidos de adentrarse en el espacio so pena de despertar otra vez la ira de dichos Invasores. Heredera de milenios de progreso, la humanidad creó a Diaspar, aparentemente la última ciudad sobre la Tierra, eterna e imperecedera, llena de artefactos y curiosidades para que sus habitantes puedan dedicar sus cuasieternas vidas al disfrute y la investigación. Hasta que aparece Alvin de Lorenne, un verdadero "joven" (el último ser humano nacido en miles de años), lleno de una gran curiosidad que lo llevará a estudiar los archivos de Diaspar, en los cuales encontrará datos sorprendentes acerca de la ciudad, de la Tierra y de lo que posiblemente hay "afuera"...

Y eso es sólo el principio. Después surgirán sorpresas y revelaciones que se superan unas a otras (el descubrimiento de una ciudad habitada por telépatas, el hallazgo del último servidor de una antiquísima religión, la revelación acerca de la verdadera naturaleza de los "Invasores") , hasta llegar a un final que es al mismo tiempo hermoso y conmovedor. Incluso el lenguaje del libro cambia, para culminar en un párrafo lleno de poesía y esperanza, algo que un autor contemporáneo difícilmente podría lograr.

Eso sí, se nota que el contexto en el que el autor escribió estos relatos era muy distinto al contemporáneo. La forma en que Alvin se hace amigo de los telépatas, la facilidad con que descubre la manera de manejar máquinas portentosas (aunque Clarke soluciona con auténtica genialidad una situación tan improbable, lo que hace inmortal este relato), lo rápido que se desencadenan los acontecimientos, pueden parecer ingénuas a un lector contemporáneo, acaso más mañoso y escéptico. Pero eso es un signo de los tiempos, que en nada quitan a estos relatos su valor de auténticas joyas de la ciencia ficción.

Quizá el lado negativo reside en que nos echa en cara cuánto de ingenuidad hemos perdido.

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