La palabra saga proviene de la mitología escandinava. Actualmente el diccionario la consigna como el conjunto de relatos de tipo novelesco que tratan sobre la historia de una familia en circunstancias determinadas. Por ejemplo, saga es la historia de la familia de los Rougoun-Macquart, escrita por Emile Zola, y también la de los Buendía en Cien años de soledad.
Por tanto, nos podemos plantear la siguiente pregunta: ¿vivimos en un tiempo de sagas? La respuesta es ambigua: sí y no. Por lo general, ello se debe a la confusión de saga con serie, provocada, en parte, porque ambos términos implican una sucesión de hechos en el tiempo. Aclaramos, de paso, que La guerra de las galaxias es una saga, porque relata la vida y obra de la familia Skywalker; mientras que la serie se la reservamos a películas como Matrix, X-Men y tantas otras que, aunque concebidas con el formato de trilogía impuesto por George Lucas, se anuncian como sagas, cuando realmente son series. Truculencias del marketing del cine.
Con esto no quiero decir que exista una sola saga de ciencia ficción (en realidad, hay varias), sino que esta palabra ha adquirido ribetes de algo grandioso, espectacular e imperdible.
¿Qué tipo de cine está contribuyendo a crear la ciencia ficción o el género fantástico? ¿Cuál es el papel de los medios de comunicación como propagadores y formadores de opinión? En ese sentido, ¿cuál sería el papel de la crítica cinematográfica, si es que ésta se atreve a ponderar sus propios fundamentos para ejercer con justeza su propia labor?
Estas confusiones de términos a las que hacemos referencia forman parte de un aspecto de cómo se aprecia el cine de ciencia ficción actual, basado en la exuberancia de efectos visuales y siempre apuntando al taquillazo o al blockbuster del fin de semana. Qué contraste con la manera en que se surgió la ciencia ficción de inicios del siglo XX, aquel subgénero despreciado y obliterado por los medios y la literatura canónica, cultivado por los mal llamados "evasores de la realidad", que debió refugiarse en revistas de bajo presupuesto y desde ahí proclamar su búsqueda estética como una forma metafórica de concebir el mundo, al hombre moderno y su tragicomedia científica.
Ahora la ciencia ficción -y, con ella, el género fant&aaacute;stico-épico- se ha institucionalizado y es parte de nuestro imaginario social. El portentoso éxito de The Matrix y el revuelo que causó su osada presentación visual son muestra de que la ciencia ficción se ha consolidado como parte de la cultura global contemporánea, cada vez más transgresora de cercos y límites. Poco a poco sus elementos se incorporan a lo cotidiano hasta establecer vínculos afectivos que unen a determinados grupos para compartir códigos, señales y propuestas. Por ejemplo, el uso de lentes oscuros, acompañado por sacos de cuero negro, se convierte en una tentación irresistible que no se puede soslayar. Resulta atrayente ver a Trinity enfundada en ese traje y dando saltos mortales de edificio en edificio.
La ciencia ficción ha generado, por tanto, una moda. Recordemos los recientes estrenos de los episodios I y II de La guerra de las galaxias: soldados imperiales, caballeros con capucha Jedi, Darth Vaders y Chewbaccas por doquier y niños blandiendo felices sus sables láser cuando suena el tema de John Williams. Eso ha ocurrido aquí y en todas partes donde se ha exhibido las películas. Tanto en 1977 como en 1999 y 2002 se trató de un acontecimiento, aunque de distinta forma.
Puedo esbozar aquí algunas inquietudes que, por un lado, he comprobado directamente y otras se han ido elaborando a partir de ciertas intuiciones. Recuerdo que, de niño, estaba fascinado por una tienda que vendía juguetes en San Isidro, en la calle Miguel Dasso para ser más exactos, la antigua colección de Kennel. Quizás algunos de ustedes han pasado por ahí. En esa época los juguetes eran impresionantes. Recuerdo también a un amigo que tenía toda la colección, porque sus padres tenían mucha plata. La guerra de las galaxias marcó la vida de miles de personas, no sólo por las películas, sino porque mucha gente creció en ese entonces, a principios de la década de los ochenta, una época que recuerdo con luminosidad, por este deslumbramiento que producían las naves y toda la parafernalia de personajes y escenarios.
Pero cuando uno va creciendo, y si es seguidor a prueba de todo, se da cuenta de que hay otros valores, otras cosas. Nos atrae la aventura y la emoción, nos gustaría subirnos a un caza X para acabar con el mal, pero, parafraseando el maestro Yoda, ésas son cosas que un Jedi no anhela. Un Jedi es precisamente alguien que usa la cabeza en vez de la impetuosidad, aquella que tanto le reclamaba Obi Wan a su padawan Anakin. Para Lucas, y eso es algo que dejan estas películas, un auténtico héroe sería alguien que usa su dominio de sí mismo para controlar una situación determinada.
Por ello, se hace imprescindible revisar las películas de ciencia ficción y fantasía una y otra vez para encontrar esos otros premios que nos reservan. Una lectura primera nos revelaría el valor de la camaredería, de ser recíprocos con los demás, y la importancia de la verdad, de la honestidad y la justicia, en otras palabras, el valor de la moral y de la ética. Lo contrario sería la perdición y el reverso oscuro.
Sin embargo, hay también otra lectura que se basa no tanto en la "moraleja", sino más bien se fundamenta en el mundo representado, la ficción, dentro de la pantalla. Anteriormente hacía mención a que, en el caso de La guerra de las galaxias, existe una oposición entre el bien y el mal. Lo interesante aquí es que esta lucha en la trilogía original está siempre perenne, es una constante. Ahí vemos la raíz del mal encarnada en el Emperador y Vader, las Estrellas de la Muerte, el deshumanizado ejército imperial y el intento de Vader por pasar al lado oscuro a Luke Skywalker. En la trilogía reciente que Lucas ha producido, vemos, a diferencia de la anterior, la gestación del mal: Anakin Skywalker, un pequeño niño de nueve años, amable y generoso, se transforma en un ser "más máquina que hombre". La pregunta es cómo. La respuesta se halla en las películas. Y al mismo tiempo, la gloriosa República Galáctica se ha corrompido de tal modo, se ha pervertido, que debe ser suplantada por un sistema político más directo, menos retórico, más pragmático, basado en el poder científico y tecnológico: el Imperio y su ejército de clones visto al final del Episodio II. De este modo, hemos pasado de la democracia a la dictadura y, de manera análoga, en lo particular, de Anakin a Vader.
El lado oscuro de la Fuerza es la metáfora del mal, como lo es el Anillo Único que ha degenerado a Gollum y tienta constantemente a Frodo. En este caso, la ambición de poder ha originado la decadencia de los humanos y su imposibilidad de un renacimiento, lo que le permite a Sauron volver de su destierro para reclamar el anillo. La ambición, la locura y el crimen son sus aliados, y en Las dos torres se aprecia el cambio de Frodo, lo que inevitablemente lo llevaría a matar a Sam y convertirse en un Gollum.
El avatar fáustico y la tentación totalitaria -que surgen cuando se denuncia la muerte de la tradición, de las antiguas formas de vida, en nombre de un supuesto bienestar general- hace que la tecnología cumpla su papel como agente del mal: clonación y soldados imperiales por un lado; y creación de temibles uruk hai por otro.
En una época como la actual, cuando el poder se manifiesta con toda su violencia y cinismo, la denuncia contra el mismo poder -encarnado metafóricamente en la Matrix, el lado oscuro, el anillo o los científicos que experimentan con mutantes- debería notarse en el cine de ciencia ficción actual. Esa es una tarea imperativa para la crítica cinematográfica (no en vano esta crítica forma parte de la crítica cultural), en vez de apelar al cherry desmesurado, la nota complaciente o a quedar bien con el star system, sea de acá o de allá. Por supuesto, la crítica no puede omitir la evaluación de una película, puesto que ella sólo se revela gracias a su propuesta estética y a la manera en que articula las alegorías de nuestra sociedad y de nuestro tiempo.
Por tanto, nos podemos plantear la siguiente pregunta: ¿vivimos en un tiempo de sagas? La respuesta es ambigua: sí y no. Por lo general, ello se debe a la confusión de saga con serie, provocada, en parte, porque ambos términos implican una sucesión de hechos en el tiempo. Aclaramos, de paso, que La guerra de las galaxias es una saga, porque relata la vida y obra de la familia Skywalker; mientras que la serie se la reservamos a películas como Matrix, X-Men y tantas otras que, aunque concebidas con el formato de trilogía impuesto por George Lucas, se anuncian como sagas, cuando realmente son series. Truculencias del marketing del cine.
Con esto no quiero decir que exista una sola saga de ciencia ficción (en realidad, hay varias), sino que esta palabra ha adquirido ribetes de algo grandioso, espectacular e imperdible.
¿Qué tipo de cine está contribuyendo a crear la ciencia ficción o el género fantástico? ¿Cuál es el papel de los medios de comunicación como propagadores y formadores de opinión? En ese sentido, ¿cuál sería el papel de la crítica cinematográfica, si es que ésta se atreve a ponderar sus propios fundamentos para ejercer con justeza su propia labor?
Estas confusiones de términos a las que hacemos referencia forman parte de un aspecto de cómo se aprecia el cine de ciencia ficción actual, basado en la exuberancia de efectos visuales y siempre apuntando al taquillazo o al blockbuster del fin de semana. Qué contraste con la manera en que se surgió la ciencia ficción de inicios del siglo XX, aquel subgénero despreciado y obliterado por los medios y la literatura canónica, cultivado por los mal llamados "evasores de la realidad", que debió refugiarse en revistas de bajo presupuesto y desde ahí proclamar su búsqueda estética como una forma metafórica de concebir el mundo, al hombre moderno y su tragicomedia científica.
Ahora la ciencia ficción -y, con ella, el género fant&aaacute;stico-épico- se ha institucionalizado y es parte de nuestro imaginario social. El portentoso éxito de The Matrix y el revuelo que causó su osada presentación visual son muestra de que la ciencia ficción se ha consolidado como parte de la cultura global contemporánea, cada vez más transgresora de cercos y límites. Poco a poco sus elementos se incorporan a lo cotidiano hasta establecer vínculos afectivos que unen a determinados grupos para compartir códigos, señales y propuestas. Por ejemplo, el uso de lentes oscuros, acompañado por sacos de cuero negro, se convierte en una tentación irresistible que no se puede soslayar. Resulta atrayente ver a Trinity enfundada en ese traje y dando saltos mortales de edificio en edificio.
La ciencia ficción ha generado, por tanto, una moda. Recordemos los recientes estrenos de los episodios I y II de La guerra de las galaxias: soldados imperiales, caballeros con capucha Jedi, Darth Vaders y Chewbaccas por doquier y niños blandiendo felices sus sables láser cuando suena el tema de John Williams. Eso ha ocurrido aquí y en todas partes donde se ha exhibido las películas. Tanto en 1977 como en 1999 y 2002 se trató de un acontecimiento, aunque de distinta forma.
Puedo esbozar aquí algunas inquietudes que, por un lado, he comprobado directamente y otras se han ido elaborando a partir de ciertas intuiciones. Recuerdo que, de niño, estaba fascinado por una tienda que vendía juguetes en San Isidro, en la calle Miguel Dasso para ser más exactos, la antigua colección de Kennel. Quizás algunos de ustedes han pasado por ahí. En esa época los juguetes eran impresionantes. Recuerdo también a un amigo que tenía toda la colección, porque sus padres tenían mucha plata. La guerra de las galaxias marcó la vida de miles de personas, no sólo por las películas, sino porque mucha gente creció en ese entonces, a principios de la década de los ochenta, una época que recuerdo con luminosidad, por este deslumbramiento que producían las naves y toda la parafernalia de personajes y escenarios.
Pero cuando uno va creciendo, y si es seguidor a prueba de todo, se da cuenta de que hay otros valores, otras cosas. Nos atrae la aventura y la emoción, nos gustaría subirnos a un caza X para acabar con el mal, pero, parafraseando el maestro Yoda, ésas son cosas que un Jedi no anhela. Un Jedi es precisamente alguien que usa la cabeza en vez de la impetuosidad, aquella que tanto le reclamaba Obi Wan a su padawan Anakin. Para Lucas, y eso es algo que dejan estas películas, un auténtico héroe sería alguien que usa su dominio de sí mismo para controlar una situación determinada.
Por ello, se hace imprescindible revisar las películas de ciencia ficción y fantasía una y otra vez para encontrar esos otros premios que nos reservan. Una lectura primera nos revelaría el valor de la camaredería, de ser recíprocos con los demás, y la importancia de la verdad, de la honestidad y la justicia, en otras palabras, el valor de la moral y de la ética. Lo contrario sería la perdición y el reverso oscuro.
Sin embargo, hay también otra lectura que se basa no tanto en la "moraleja", sino más bien se fundamenta en el mundo representado, la ficción, dentro de la pantalla. Anteriormente hacía mención a que, en el caso de La guerra de las galaxias, existe una oposición entre el bien y el mal. Lo interesante aquí es que esta lucha en la trilogía original está siempre perenne, es una constante. Ahí vemos la raíz del mal encarnada en el Emperador y Vader, las Estrellas de la Muerte, el deshumanizado ejército imperial y el intento de Vader por pasar al lado oscuro a Luke Skywalker. En la trilogía reciente que Lucas ha producido, vemos, a diferencia de la anterior, la gestación del mal: Anakin Skywalker, un pequeño niño de nueve años, amable y generoso, se transforma en un ser "más máquina que hombre". La pregunta es cómo. La respuesta se halla en las películas. Y al mismo tiempo, la gloriosa República Galáctica se ha corrompido de tal modo, se ha pervertido, que debe ser suplantada por un sistema político más directo, menos retórico, más pragmático, basado en el poder científico y tecnológico: el Imperio y su ejército de clones visto al final del Episodio II. De este modo, hemos pasado de la democracia a la dictadura y, de manera análoga, en lo particular, de Anakin a Vader.
El lado oscuro de la Fuerza es la metáfora del mal, como lo es el Anillo Único que ha degenerado a Gollum y tienta constantemente a Frodo. En este caso, la ambición de poder ha originado la decadencia de los humanos y su imposibilidad de un renacimiento, lo que le permite a Sauron volver de su destierro para reclamar el anillo. La ambición, la locura y el crimen son sus aliados, y en Las dos torres se aprecia el cambio de Frodo, lo que inevitablemente lo llevaría a matar a Sam y convertirse en un Gollum.
El avatar fáustico y la tentación totalitaria -que surgen cuando se denuncia la muerte de la tradición, de las antiguas formas de vida, en nombre de un supuesto bienestar general- hace que la tecnología cumpla su papel como agente del mal: clonación y soldados imperiales por un lado; y creación de temibles uruk hai por otro.
En una época como la actual, cuando el poder se manifiesta con toda su violencia y cinismo, la denuncia contra el mismo poder -encarnado metafóricamente en la Matrix, el lado oscuro, el anillo o los científicos que experimentan con mutantes- debería notarse en el cine de ciencia ficción actual. Esa es una tarea imperativa para la crítica cinematográfica (no en vano esta crítica forma parte de la crítica cultural), en vez de apelar al cherry desmesurado, la nota complaciente o a quedar bien con el star system, sea de acá o de allá. Por supuesto, la crítica no puede omitir la evaluación de una película, puesto que ella sólo se revela gracias a su propuesta estética y a la manera en que articula las alegorías de nuestra sociedad y de nuestro tiempo.
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