viernes, 17 de julio de 2009

Reseña: Lágrimas de Luz (Rafael Marín)

Mis primeros contactos con la ciencia ficción escrita fueron las novelitas pulp que publicaba Bruguera. Los autores que más recuerdo fueron Clark Carrados, Curtis Garland, A. Thorkent, Kellton McYntire, Ralph Barbie, Glenn Parrish. Como tenía nueve años de edad, y en ese entonces el mundo era ancho y ajeno, suponía que dichos autores eran, como sus nombres lo sugerían, estadounidenses o ingleses.

Como (casi) todos sabemos, dicha suposición es errónea. Clark Carrados se llama en realidad Luis Gonzáles Lecha, A. Thorkent es Angel Torres Quezada, y de los otros ya no recuerdo los nombres. De gringos nada: españoles de los pies a la cabeza. Chapetones pues. De los que desayunan churros y dicen ¡hostias!

¿Y por qué esos seudónimos tan ánglófilos? Lo más probable es que las editoriales de esos tiempos, igual que los estudios cinematográficos, tienen el gran objetivo de VENDER sus productos, y los directivos pensaron que un autor con nombre supuestamente anglosajón vendería más libros que uno con nombre hispano. No es una mala idea, ¿ o ustedes creen que Clark Gable, Cary Grant y demás realmente se llamaban así?

Lo malo de esta práctica es que, si bien tal vez no lo creó, reforzó un prejuicio: que los hispanohablantes no podíamos producir ciencia ficción. Si el autor era español, debía escribir sobre la guerra civil . Si era sudamericano, sobre el realismo mágico. Pero de ciencia-ficción, nada.

Lo confieso, yo también fui víctima de este prejuicio. Cuando en Perú se vendieron las ediciones de Orbis, ignoré los títulos cuyos autores eran Rafael Marín Trechera, Gabriel Bermudez Castillo, Domingo Santos, Manuel de Pedrolo y algún otro que no recuerdo, lo cual ahora lamento profundamente, por que esa colección no volvió a imprimirse.

Y es que con la internet, vine a enterarme que los hispanoamericanos también escribían ciencia-ficción, y muy buena por cierto. También me enteré, mal de muchos consuelo de tontos, que en otras latitudes (incluida la propia España) el prejuicio anti autores hispanohablantes seguía existiendo. Y me enteré también que, gracias a "Lágrimas de luz", el prejuicio que tan reiteradamente he mencionado estaba en retirada. Bueno, tal vez no únicamente gracias a la novela en mención, pero creo que es la más destacada en ese sentido. Al menos, así lo deduzco por lo que he podido leer en la internet. Si acaso me equivoco, me encantaría que me corrigieran.

Los comentarios que pude leer respecto a la novela eran mayoritariamente elogiosos. ¿Habría algún error, algún caso de "amiguismo" como suele suceder en nuestro medio peruano? La reedición de "Lágrimas de luz" por la editorial Gigamesh confirmó que no se trataba de un "clásico" inflado o de una obra del montón, sino de un libro que pertenece ya al colectivo de los "libros de ciencia ficción", ya sin etiquetas nacionales. Rafael Marín escribe buena ciencia-ficción, y punto.

Y yo había desdeñado aquel libro. Y no había forma de conseguirlo (en Perú, las librerías no venden los libros de Gigamesh). Pero la generosidad de Rafael no tiene límites, y tuvo a bien enviarme un ejemplar, el cual me puse a leer en cuanto rompí el sobre de envío.

La novela nos relata los avatares de un poeta, de un bardo de un futuro tan decadente que ha vuelto a una especie de medioevo con grandes masas de incultos y harapientos. En dicha sociedad, los poetas sirven de ayuda (no se sabe si a su pesar) para apuntalar dicho estado de cosas. El protagonista, Hamlet Evans, aspira a ser poeta con el fin de escapar de la Tierra y emplearse al servicio de la Corporación, entidad que mueve los hilos del universo humano del futuro. Evans inicia su aprendizaje como poeta en el asteroide Monasterio, suerte de colegio o academia donde aprende técnicas básicas de lenguaje. Al fin, es enrolado en una nave como poeta oficial (o algo así), y se inicia su peregrinar de mundo en mundo, ganándose la vida empleando su arte cantando las hazañas (y ocultando las vilezas) de los poderosos de turno, ya sean militares o meros ricachones.

El universo de "Lágrimas de luz" es despiadado. Es interesante, pero no provoca vivir en él. No hay final felíz, y uno comprende que, ya sea en nuestro planeta o desperdigada por el universo, la humanidad está condenada a arrastrar sus vicios y su violencia a la par que su tecnología y su creatividad. Los viajes espaciales y los ambientes exóticos de diversos mundos, cada uno con su fauna y sociedades bastante peculiares, nos muestran un futuro saturado, donde conceptos como libertad y felicidad no existen: sólo existe la Corporación , el poder por encima de todos, el poder del cual no se puede escapar, salvo mediante la imaginación y la poesía. Y eso, sólo para algunos afortunados. Hamlet Evans sabe que sus poemas hacen más soportable la vida a la gente, pero no la cambia ni le ofrece esperanzas de un futuro mejor. No se si eso sea un mérito o un demérito de la novela, pero esa sensación de pesadumbre - que tiene Hamlet Evans - es tan real, tan vívida, que pareciera que Rafael Marín realmente hubiera vivid
o en ese futuro.

En cierta manera, "Lágrimas de luz" me hace recordar a "Dune", que recrea un futuro medieval. Sólo que la novela de Herbert está escrita desde el punto de vista de los poderosos, de los que gobiernan, los que, pese a todos sus dramas y tragedias, tienen la voz cantante en el universo. En cambio, en el universo conocido de Rafael Marín tenemos la otra cara de la moneda: los buscavidas, los poetas, las masas sometidas, ignorantes, degradadas. Tiene sentido. Herbert es americano, y para los americanos la época medieval nos parece algo romántico y heróico, pues la conocemos más que nada por las versiones hollywoodenses. Rafael Marín es europeo, español, heredero de un conocimiento más veráz de lo que fue el medievo y de lo que significó en la historia. Y tal vez por eso no se hace ilusiones respecto al futuro, o al menos, respecto a un futuro renacer de esa forma de vida. Sabe que no hay caballeros en brillante armadura, sino opresores. No hay sencilla vida campesina, sino servidumbre. No hay gloriosas batallas, sino el sangriento saldo de guerras sin sentido.

Pero, no vaya a creerse que estamos ante otra novela que se cuelga de la moda de hacer "literatura malditista", tán fácil de imitar como de olvidar. Siendo una novela de ciencia-ficción, ambientada en un futuro distante y en universo más vasto, la tristeza y el pesimismo que impregnan la obra son producto de la comprensión de la naturaleza humana y de su posible devenir antes que actitudes acartonadas. Te fregaste, Hamlet Evans, por que tu visión del futuro es más realista que muchas supuestas visiones del presente.

Creo que el título de "Lágrimas de luz" está más que justificado para esta novela. A un universo así, no le queda otra cosa que llorar.

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