La cicatriz
China Mieville
La Factoría de Ideas
Madrid, 2003
Esta voluminosa novela tiene como escenario el mismo mundo -Bas Lag- de La estación de la Calle Perdido. Pero a diferencia de la primera novela, La cicatriz transcurre en el mar. Un mar como sólo puede tenerlo Bas-Lag, poblado de criaturas extrañas hasta la anomalía, un mar desconocido donde las leyendas pueden ser verdad.
La acción, si puede llamarse así, se inicia con el violento abordaje de un navío proveniente de Nueva Crobuzon. Los tripulantes, entre quienes se cuenta la indescriptible Bellis Gelvino, lingüista y protagonista de la novela, no serán pasados a cuchillo, sino que formarán parte de la población de Armada, una ciudad construida sobre barcos – mas bien, formada por barcos – que surca los mares bajo el mando de los Amantes, suerte de pareja regente que encuentra un extraño placer en infligirse heridas mutuamente. Entre los protectores de los Amantes se cuentan El Brucolaco y su ejército de vampiros, así como el mercenario Uther Doul, poseedor de una “posible-espada”, un instrumento de muerte proveniente de la desaparecida raza de los espectrocéfalos, arma capaz de ubicarse en todos los lugares “posibles” al mismo tiempo, y que funciona con enchufe… Pronto, Bellis Gelvino ocupará un lugar destacado entre los detentadores del poder en Armada, pues sus talentos como lingüista serán necesarios para tratar con el pueblo de los anopheli, que a su vez son los únicos que entienden una lengua muerta en la cual está registrado el único encantamiento capaz de atraer a una misteriosa criatura llamada Avanc, necesaria para el cumplimiento de la misión asignada por los Amantes: encontrar la Cicatriz…
La Cicatriz es una herida no cerrada en la superficie de Bas-Lag. Qué o quien la ocasionó excede los límites de esta reseña. Empero, el misterio de su existencia gravita pesadamente en la mente y los deseos de los habitantes de Bas-Lag, de manera que una expedición a la misma – lo que da argumento a la novela – constituye un acontecimiento que obliga al despliegue de acciones estratégicas y de espionaje por parte de otras potencias rivales de Armada, entre ellas, Nueva Crobuzon.
Estas maravillas – y también atrocidades- son apenas un fragmento de lo que esta novela ofrece en su totalidad. Por ejemplo, el pueblo de los anopheli u hombres mosquito, además de poseer una habilidad lingüística sin igual, tiene un dimorfismo sexual atroz: los machos se nutren de jugos vegetales, mientras que las hembras, de las cuales no se sabe si son racionales o no, se alimentan de sangre. Me pregunto si Miéville ha querido hacer aquí un chiste machista.
La misma Bellis Gelvino es un misterio. Actúa, piensa y se comporta como una mujer, pero en varios momentos, se desliza la idea de que es “algo” distinto, al menos de la cintura para abajo. Lo cual no es precisamente raro en este mundo: recordemos a los rehechos, seres que han sido condenados, por sus delitos, a ser alterados físicamente. Dicha alteración puede implicar la fusión con otra especie animal, o peor aún, con objetos inanimados. Como la pobre Angevine, que “funciona” gracias a la energía que le proporciona la caldera que le ha sido incorporada al ser “rehecha”.
Esta profusión de seres anómalos es llevada por Mieville hasta las últimas consecuencias. No se limita solo a presentarlos, sino que los hace vivir en todo el sentido de la palabra: tras una escena “normal” como puede ser un paseo por Armada, puede seguir una escena de contenido sexual, que Mieville esboza de una manera magistralmente horripilante.
Además de estos detalles intimistas, la novela cuenta con excelentes descripciones de batallas, o de “posibles batallas” entre la ciudad de Armada y las naves enviadas por otras potencias, como pueden ser embarcaciones o dirigibles.
Los dos libros de China Miéville que llevo leidos hasta ahora dejan dos opciones: o hablas y hablas de ellos hasta aburrir al oyente (o lector), o cuentas apenas lo suficiente para que se enteren de que se trata. El tiempo libre sirve para releerlos. Por eso dejo la reseña aquí: escribir más sería lujuria.
China Mieville
La Factoría de Ideas
Madrid, 2003
Esta voluminosa novela tiene como escenario el mismo mundo -Bas Lag- de La estación de la Calle Perdido. Pero a diferencia de la primera novela, La cicatriz transcurre en el mar. Un mar como sólo puede tenerlo Bas-Lag, poblado de criaturas extrañas hasta la anomalía, un mar desconocido donde las leyendas pueden ser verdad.
La acción, si puede llamarse así, se inicia con el violento abordaje de un navío proveniente de Nueva Crobuzon. Los tripulantes, entre quienes se cuenta la indescriptible Bellis Gelvino, lingüista y protagonista de la novela, no serán pasados a cuchillo, sino que formarán parte de la población de Armada, una ciudad construida sobre barcos – mas bien, formada por barcos – que surca los mares bajo el mando de los Amantes, suerte de pareja regente que encuentra un extraño placer en infligirse heridas mutuamente. Entre los protectores de los Amantes se cuentan El Brucolaco y su ejército de vampiros, así como el mercenario Uther Doul, poseedor de una “posible-espada”, un instrumento de muerte proveniente de la desaparecida raza de los espectrocéfalos, arma capaz de ubicarse en todos los lugares “posibles” al mismo tiempo, y que funciona con enchufe… Pronto, Bellis Gelvino ocupará un lugar destacado entre los detentadores del poder en Armada, pues sus talentos como lingüista serán necesarios para tratar con el pueblo de los anopheli, que a su vez son los únicos que entienden una lengua muerta en la cual está registrado el único encantamiento capaz de atraer a una misteriosa criatura llamada Avanc, necesaria para el cumplimiento de la misión asignada por los Amantes: encontrar la Cicatriz…
La Cicatriz es una herida no cerrada en la superficie de Bas-Lag. Qué o quien la ocasionó excede los límites de esta reseña. Empero, el misterio de su existencia gravita pesadamente en la mente y los deseos de los habitantes de Bas-Lag, de manera que una expedición a la misma – lo que da argumento a la novela – constituye un acontecimiento que obliga al despliegue de acciones estratégicas y de espionaje por parte de otras potencias rivales de Armada, entre ellas, Nueva Crobuzon.
Estas maravillas – y también atrocidades- son apenas un fragmento de lo que esta novela ofrece en su totalidad. Por ejemplo, el pueblo de los anopheli u hombres mosquito, además de poseer una habilidad lingüística sin igual, tiene un dimorfismo sexual atroz: los machos se nutren de jugos vegetales, mientras que las hembras, de las cuales no se sabe si son racionales o no, se alimentan de sangre. Me pregunto si Miéville ha querido hacer aquí un chiste machista.
La misma Bellis Gelvino es un misterio. Actúa, piensa y se comporta como una mujer, pero en varios momentos, se desliza la idea de que es “algo” distinto, al menos de la cintura para abajo. Lo cual no es precisamente raro en este mundo: recordemos a los rehechos, seres que han sido condenados, por sus delitos, a ser alterados físicamente. Dicha alteración puede implicar la fusión con otra especie animal, o peor aún, con objetos inanimados. Como la pobre Angevine, que “funciona” gracias a la energía que le proporciona la caldera que le ha sido incorporada al ser “rehecha”.
Esta profusión de seres anómalos es llevada por Mieville hasta las últimas consecuencias. No se limita solo a presentarlos, sino que los hace vivir en todo el sentido de la palabra: tras una escena “normal” como puede ser un paseo por Armada, puede seguir una escena de contenido sexual, que Mieville esboza de una manera magistralmente horripilante.
Además de estos detalles intimistas, la novela cuenta con excelentes descripciones de batallas, o de “posibles batallas” entre la ciudad de Armada y las naves enviadas por otras potencias, como pueden ser embarcaciones o dirigibles.
Los dos libros de China Miéville que llevo leidos hasta ahora dejan dos opciones: o hablas y hablas de ellos hasta aburrir al oyente (o lector), o cuentas apenas lo suficiente para que se enteren de que se trata. El tiempo libre sirve para releerlos. Por eso dejo la reseña aquí: escribir más sería lujuria.
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