miércoles, 5 de agosto de 2009

Reseña: Por no mencionar al perro (Connie Willis)



Las novelas cómicas no parecen gozar del mismo reconocimiento que sus pares trágicas o dramáticas. Por alguna razón, la preferencia se inclina por las historias que nos conmueven, nos hacen pensar, nos hacen reflexionar, nos desnudan la cruda realidad de la existencia humana. Da la impresión que escribir en clave cómica - o disfrutar una novela o cuento hilarante - viene a ser una especie de pecado mortal. Y que decir del lector o escritor peruano, encadenado por la (nunca mejor dicho) tristemente célebre frase del historiador Pablo Macera: en el Perú, el que es feliz es un miserable.
Siguiendo el razonamiento de Macera, diré que fui inmensamente miserable todo el tiempo que duró la lectura de Por no mencionar al perro. Me hizo recordar al Enrique Jardiel de Eloísa está debajo de un almendro (una de las primeras comedias teatrales que pude leer gracias al sello RTVE), por las situaciones de enredo elevadas a la enésima potencia, la construcción detallada de personajes absolutamente excéntricos (la normalidad es el mayor pecado mortal que se puede cometer), cuya mera aparición en escena augura una nueva circunstancia jocosa y el catártico final feliz. No hay nada que hacer, son las convenciones de la comedia desde hace mucho, que aparecen incluso en operas como La flauta mágica de Mozart. Como se puede leer, estoy hablando de situaciones absolutamente miserables.
En la obra de Connie Willis, el trasfondo de ciencia ficción está basado en el viaje temporal. En el futuro, se ha descubierto la manera de viajar en el tiempo, así como las leyes de dicho viaje, sus si se puede y no se puede. Pero estas leyes no son absolutas: pueden producirse accidentes, incongruencias que pueden echarse abajo la realidad. Ahora bien, en durante búsqueda de un objeto del cual solo se conoce el nombre - el tocón del pájaro del obispo -, se producirán varias de estas incongruencias capaces de alterarlo todo: un ser vivo es extraido de su tiempo, un encuentro entre futuros amantes no se produjo, un muerto revive, una gata nada, un viajero del futuro acaba de tripulante en un paseo en bote por el Támesis... por no mencionar al perro.
Por supuesto, los viajeros del futuro causantes de estas incongruencias trataran de remediarlas, luchando tanto contra las convenciones sociales de la Inglaterra victoriana (tan admirable en otros sentidos), el espiritismo, la cocina inglesa, las madres casamenteras, los lánguidos caballeros lectores de Tennyson y los inescrutables caprichos de los animales. Súmense a esto los saltos en el tiempo, completamente desajustados, que contribuyen a generar mayores (y jocosas) situaciones caóticas (es de antología el episodio en el que el protagonista, recién llegado de uno de esos viajes, totalmente fuera de toda noción del tiempo al que acaba de arribar , le pregunta en qué día se encuentran al primer sujeto que se le cruza, y éste le responde con un poema de Tennyson).
La novela está estructurada en capítulos que inician con una relación de frases alusivas a su contenido. En ese aspecto, es un homenaje a una obra clásica de humor inglés (recién lo supe al leer la novela), Tres hombres en una barca de Jerome K. Jerome, quien aparece como "invitado" en la novela. Si pueden, sean miserables, pasen un buen rato con esta historia.

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