El principio de esta novela es magnífico. El protagonista, Chimal, es un azteca (sic) atípico, un rebelde sin causa que cuestiona prácticamente todos los aspectos de la cultura del Valle, donde se desenvuelve su existencia. Desde los matrimonios arreglados hasta el poder de los sacerdotes, pasando por los sacrificios humanos. Harrison muestra una gran habilidad para describirnos la existencia más o menos cotidiana de un pueblo “primitivo”, es decir, carente de tecnología sofisticada. Sin embargo, se las arregla para dejar sueltos aquí y allá elementos incongruentes con la aparentemente simple y rutinaria vida de los “aztecas”: hay quienes poseen instrumentos de hierro, existe un tabú que prohíbe traspasar los límites del Valle, la presencia de la diosa Coatlícue es real, sin contar el hecho de que los “aztecas” tengan la piel clara, cabello rubio (bueno, algunos) y ojos azules…
Chimal, aburrido de este modo de vida y preocupado por la inminente imposición de un matrimonio no deseado, decide escapar. Pero solo hay un punto posible de escape: el río que rodea al Valle, el que está prohibido cruzar. El río que es custodiado por la diosa Coatlicue, con su cinturón de serpientes y su doble cabeza, dispuesta a matar a cualquier transgresor…
Pese al peligro, Chimal decide que es preferible morir en el intento de escapar antes que conformarse con la monótona existencia que le ofrece su pueblo. Decide cruzar el río, y en la otra orilla, enfrentarse a Coatlicue…
Pero además de Coatlicue, existe algo más al otro lado del río: un pueblo cuya existencia ha sido ignorada ignorada por los aztecas durante siglos, acaso milenios. Un pueblo que tiene la clave de los misterios relativos al origen de los aztecas, los dioses, el universo y el mundo en el que habitan. Sin embargo, es un conocimiento que no ha impedido a estos misteriosos seres caer también en una existencia monótona y carente de sentido. Con su manifiesta tecnología superior, son en el fondo tan supersticiosos y limitados como los aztecas del otro lado del río. Chimal, quien en un principio se integra alborozado a esta comunidad, que también trata de controlar su destino, decide rebelarse a sus designios, logrando así cambiar el destino de su mundo. Chimal se impone sobre todos, y se erige como nuevo líder.
La novela tiene sus bajas. El personaje Chimal sufre una transformación por demás inverosímil, pues pasa de ser un morador de la edad de piedra a un sofisticado manipulador de hombres y objetos de tecnología superior. No se puede negar que estamos ante una novela de acción trepidante, digna del mejor space-opera, pero es justo este aspecto de la personalidad de Chimal lo que resulta poco creíble. Además de no mostrar mayor afectación ante la noticia de la muerte de su madre, Chimal se convierte (¡en unos días!) en un hábil técnico, luchador y astrónomo, además de psicólogo, sociólogo e historiador. Definitivamente, Harrison privilegia la idea central de la novela y la acción sobre la coherencia del personaje central. Este cambia, si, pero de manera inverosímil.
Chimal, aburrido de este modo de vida y preocupado por la inminente imposición de un matrimonio no deseado, decide escapar. Pero solo hay un punto posible de escape: el río que rodea al Valle, el que está prohibido cruzar. El río que es custodiado por la diosa Coatlicue, con su cinturón de serpientes y su doble cabeza, dispuesta a matar a cualquier transgresor…
Pese al peligro, Chimal decide que es preferible morir en el intento de escapar antes que conformarse con la monótona existencia que le ofrece su pueblo. Decide cruzar el río, y en la otra orilla, enfrentarse a Coatlicue…
Pero además de Coatlicue, existe algo más al otro lado del río: un pueblo cuya existencia ha sido ignorada ignorada por los aztecas durante siglos, acaso milenios. Un pueblo que tiene la clave de los misterios relativos al origen de los aztecas, los dioses, el universo y el mundo en el que habitan. Sin embargo, es un conocimiento que no ha impedido a estos misteriosos seres caer también en una existencia monótona y carente de sentido. Con su manifiesta tecnología superior, son en el fondo tan supersticiosos y limitados como los aztecas del otro lado del río. Chimal, quien en un principio se integra alborozado a esta comunidad, que también trata de controlar su destino, decide rebelarse a sus designios, logrando así cambiar el destino de su mundo. Chimal se impone sobre todos, y se erige como nuevo líder.
La novela tiene sus bajas. El personaje Chimal sufre una transformación por demás inverosímil, pues pasa de ser un morador de la edad de piedra a un sofisticado manipulador de hombres y objetos de tecnología superior. No se puede negar que estamos ante una novela de acción trepidante, digna del mejor space-opera, pero es justo este aspecto de la personalidad de Chimal lo que resulta poco creíble. Además de no mostrar mayor afectación ante la noticia de la muerte de su madre, Chimal se convierte (¡en unos días!) en un hábil técnico, luchador y astrónomo, además de psicólogo, sociólogo e historiador. Definitivamente, Harrison privilegia la idea central de la novela y la acción sobre la coherencia del personaje central. Este cambia, si, pero de manera inverosímil.
ADVERTENCIA
Si no desea leer más información capaz de revelar la “sorpresa” del argumento, deténgase aquí.
Esta novela puede incluirse dentro de las historias “de nave generacional”. En estas novelas, la trama es más o menos similar: en épocas remotas, se envia al espacio una nave inmensa con destino incierto, usualmente otro sistema planetario. Debido a lo dilatado de la distancia, se proyecta un viaje de siglos, cuando no milenios, de modo que la nave es capaz de proveer de todo no solo a los tripulantes originales, sino a las generaciones sucesivas. Con el transcurso del tiempo, los descendientes de los tripulantes originales olvidan sus orígenes, y terminan creyendo que el interior de la nave en la que viven es el universo. Como ejemplos, tenemos las novelas de Gene Wolfe que se incluyen en el ciclo “El Libro del Sol Nuevo” y la clásica novela de Brian Aldiss “La nave estelar”.
En el presente caso, Harrison añade al concepto de “nave generacional” la idea de universos en cajas chinas, lo que añade un elemento de originalidad apreciable incluso en nuestros días... En efecto, Chimal vive en un universo que forma parte de otro, que forma parte de otro, que forma parte de otro… quien sabe, y el final de está novela no está escrito aún. A pesar de Chimal.
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