Es la primera vez que leo algo de Doris Lessing, quien recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2001. Como fuere, la autora lo recibió por su obra, y es curioso que los medios de comunicación hayan obviado su producción en el ámbito de la ciencia ficción, como es la serie de "Canopus" editada por Minotauro.
Debo confesar que no hubiera leido El quinto hijo de no ser por un comentario que hace Brian Aldiss al prologar la selección de novelas de literatura fantástica de David Pringle (Literatura Fantástica. Las 100 mejores novelas. Editorial Minotauro, 1993). En el párrafo final de dicho prólogo, Aldiss afirma:
Hasta el nacimiento del quinto hijo en cuestión, la novela carece de todo elemento que podríamos identificar como fantástico. Se trata de una convencional matrimonio inglés que, pese a estar en los años sesenta del siglo XX, tienen una perspectiva de la vida bastante conservadora, al punto que deciden tener la mayor cantidad de hijos posible. Así, Harriet y David Lovatt consiguen una casa amplia en un pueblecito cercano a Londres. Sus cuatro primeros hijos vienen en intervalos de un año o dos, y realmente son una familia feliz, al punto que su casa se convierte en punto de reunión para sus demás parientes y amigos. Avanzamos de los años sesenta a los setenta, y es cuando deciden tener su quinto hijo.
A partir de este punto, la trama se asemeja bastante a la novela La semilla del diablo de Ira Levin (llevada al cine por Roman Polanski con el título El bebé de Rosemary). El embarazo de Harriet es difícil, completamente atípico, al punto que cuenta el tiempo que falta para librarse del bebé. Cuando este nace, tiene un aspecto repulsivo, que hace a su madre exclamar "Parece un gnomo, o un duende o algo así".
Los Lovatt aceptan a su hijo y le ponen el nombre de Ben. En el transcurso de los años siguientes, la vida familiar de los Lovatt cambia de manera radical, y todos perciben que la causa de todo es el niño, quien tiene unas pautas de desarrollo muy particulares. Sus hermanos le temen. No es retardado mental, asiste a la escuela, pero siempre habla de forma bronca y torpe. El retrato que hace la autora de su adolescencia, con la familia en plena decadencia, nos recuerda al mundo de Alex, el protagonista de La naranja mecánica.
El toque fantástico de la novela radica en la especulación respecto al origen real de Ben. El lector no puede mas que considerar si acaso las antiguas leyendas respecto a niños cambiados por hijos de gnomos o duendes tengan un fondo de verdad, o que acaso nos encontramos ante una mutación o regresión genética, tanta es la sensación de extrañeza que nos llega a causar Ben. La presencia otros seres como él, tal como es percibida por su madre, le da a la historia un marco de amenaza indefinible que no da tregua al lector, incluso después de terminar de leer el libro.
Ese es, creo, el punto fuerte de la novela: Lessing construye a su "monstruo" con elementos totalmente anodinos. Ben no es particularmente deforme, no tiene poderes sobrehumanos, no comete actos que tal vez nosotros no hayamos cometido. De hecho, podría ser el hijo de uno de nuestros vecinos... o el nuestro.
Debo confesar que no hubiera leido El quinto hijo de no ser por un comentario que hace Brian Aldiss al prologar la selección de novelas de literatura fantástica de David Pringle (Literatura Fantástica. Las 100 mejores novelas. Editorial Minotauro, 1993). En el párrafo final de dicho prólogo, Aldiss afirma:
"Y si se me permitiese elegir un n° 101 para el año de la primera publicación de esta elegante guía (1988), inmediatamente optaría por El quinto hijo de Doris Lessing, conciso, centrado en una criatura atormentada que parece emerger de la ciénaga de nuestra imaginación secreta".Ese comentario, unido al factor precio (17 soles), influyeron decisivamente para incluirlo en mi estantería.
Hasta el nacimiento del quinto hijo en cuestión, la novela carece de todo elemento que podríamos identificar como fantástico. Se trata de una convencional matrimonio inglés que, pese a estar en los años sesenta del siglo XX, tienen una perspectiva de la vida bastante conservadora, al punto que deciden tener la mayor cantidad de hijos posible. Así, Harriet y David Lovatt consiguen una casa amplia en un pueblecito cercano a Londres. Sus cuatro primeros hijos vienen en intervalos de un año o dos, y realmente son una familia feliz, al punto que su casa se convierte en punto de reunión para sus demás parientes y amigos. Avanzamos de los años sesenta a los setenta, y es cuando deciden tener su quinto hijo.
A partir de este punto, la trama se asemeja bastante a la novela La semilla del diablo de Ira Levin (llevada al cine por Roman Polanski con el título El bebé de Rosemary). El embarazo de Harriet es difícil, completamente atípico, al punto que cuenta el tiempo que falta para librarse del bebé. Cuando este nace, tiene un aspecto repulsivo, que hace a su madre exclamar "Parece un gnomo, o un duende o algo así".
Los Lovatt aceptan a su hijo y le ponen el nombre de Ben. En el transcurso de los años siguientes, la vida familiar de los Lovatt cambia de manera radical, y todos perciben que la causa de todo es el niño, quien tiene unas pautas de desarrollo muy particulares. Sus hermanos le temen. No es retardado mental, asiste a la escuela, pero siempre habla de forma bronca y torpe. El retrato que hace la autora de su adolescencia, con la familia en plena decadencia, nos recuerda al mundo de Alex, el protagonista de La naranja mecánica.
El toque fantástico de la novela radica en la especulación respecto al origen real de Ben. El lector no puede mas que considerar si acaso las antiguas leyendas respecto a niños cambiados por hijos de gnomos o duendes tengan un fondo de verdad, o que acaso nos encontramos ante una mutación o regresión genética, tanta es la sensación de extrañeza que nos llega a causar Ben. La presencia otros seres como él, tal como es percibida por su madre, le da a la historia un marco de amenaza indefinible que no da tregua al lector, incluso después de terminar de leer el libro.
Ese es, creo, el punto fuerte de la novela: Lessing construye a su "monstruo" con elementos totalmente anodinos. Ben no es particularmente deforme, no tiene poderes sobrehumanos, no comete actos que tal vez nosotros no hayamos cometido. De hecho, podría ser el hijo de uno de nuestros vecinos... o el nuestro.
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