Argentina es uno de los pocos países sudamericanos donde la ciencia ficción se cultiva en forma mas o menos contínua. Si bien esta idea es cuestionada por algunos cuánto daríamos por que en el Perú se diera esa cantidad de libros e historietas que existen en el país del sur. ¿Quién no recuerda historietas como "Mark", "Gilgamesh", "Hor" y el gran clásico "El Eternauta" de Oesterheld? La ciencia ficción latinoamericana no sería la misma sin esta producción.
Junto a la producción en el campo del cómic, también se ha dado abundante producción literaria. Revistas como "Minotauro" o "Péndulo" son históricas y pioneras en el género. Esperemos que más de esa producción llegue a nuestro país.
De esa vasta producción literaria de ciencia ficción, uno de los clásicos es, precisamente, La invención de Morel. Se trata de una historia que no podría clasificarse en ningún otro género, por más que le duela reconocerlo a aquellos que tienen una idea cuadriculada o peyorativa de la ciencia ficción (y de la literatura en general). A veces me pregunto qué dirían ciertos críticos si Jorge Luis Borges no hubiera calificado esta novela como "perfecta".
En efecto, esta historia tiene un origen que no permite deducir el sorprendente final. Narrada en primera persona por un protagonista cuyo nombre nunca se dice, la acción transcurre plácidamente, sin estridencias o segmentos de "acción". Principia con el arribo del protagonista a una isla aparentemente desierta, con el propósito de aislarse del mundo. Circula la versión de que la isla ha sido declarada en cuarentena a causa de una misteriosa enfermedad, y por tanto, se garantiza su inhabitabilidad. Sin embargo, tras los primeros paseos, el protagonista se encontrará con un nutrido grupo de personas, aparentemente veraneantes, a quienes observa desde lejos, evitando ser descubierto. Estas personas aparecen tan solo a ciertas horas del día, y se dedican a una serie de actividades que el protagonista no logra comprender en un principio
En una de esas apariciones, una mujer llamada Faustine atrae la atención del protagonista. Bella, parece tener una relación con uno de los veraneantes, y con el inventor Morel, quien paulatinamente se revela como un personaje de importancia para los demás veraneantes.
A fuerza de observar a Faustine, nuestro protagonista se enamora de ella, y, cual adolescente primerizo, se devana los sesos buscando una oportunidad para acercarse a ella. Diseña un jardín al alcance de su vista, pero Faustine lo ignora por completo, como si sus sentidos no pudieran captar su existencia. Este hecho lo llevará a investigar hasta las últimas consecuencias la razón de la presencia del grupo en la isla, y descubrirá que guardan estrecha relación con las extrañas edificaciones que encontró en un principio. La explicación de los enigmas y el desenlace son tan sorprendentes como inesperados, al punto que concluimos que estamos ante una novela de ciencia ficción, de amor y con final feliz, como mínimo.
En efecto, Morel ha inventado una máquina que permite capturar la entidad de las personas, su existencia en sí, y reproducirla a voluntad. Pero esta captura implica la muerte de la persona que es registrada o grabada.
Todo ello sin dejar aparte el aspecto que tanto gusta al sector "culturoso" de la población: las implicaciones filosóficas. La novela juega con la idea del solipsismo, el eterno retorno y la ontología, de manera tal que para un lector con educación secundaria elemental estas alusiones son evidentes, pero están tan bien engarzadas que no constituyen parrafadas intonsas. De hecho, de la reflexión sobre estas cuestiones dependerá la decisión final del protagonista para dar una salida a su amor por Faustine.
Ciertamente, no estamos ante una narración de ciencia ficción al estilo norteamericano o europeo, pero constituye un excelente ejemplo de las alternativas que ofrece la ciencia ficción en América Latina.
Junto a la producción en el campo del cómic, también se ha dado abundante producción literaria. Revistas como "Minotauro" o "Péndulo" son históricas y pioneras en el género. Esperemos que más de esa producción llegue a nuestro país.
De esa vasta producción literaria de ciencia ficción, uno de los clásicos es, precisamente, La invención de Morel. Se trata de una historia que no podría clasificarse en ningún otro género, por más que le duela reconocerlo a aquellos que tienen una idea cuadriculada o peyorativa de la ciencia ficción (y de la literatura en general). A veces me pregunto qué dirían ciertos críticos si Jorge Luis Borges no hubiera calificado esta novela como "perfecta".
En efecto, esta historia tiene un origen que no permite deducir el sorprendente final. Narrada en primera persona por un protagonista cuyo nombre nunca se dice, la acción transcurre plácidamente, sin estridencias o segmentos de "acción". Principia con el arribo del protagonista a una isla aparentemente desierta, con el propósito de aislarse del mundo. Circula la versión de que la isla ha sido declarada en cuarentena a causa de una misteriosa enfermedad, y por tanto, se garantiza su inhabitabilidad. Sin embargo, tras los primeros paseos, el protagonista se encontrará con un nutrido grupo de personas, aparentemente veraneantes, a quienes observa desde lejos, evitando ser descubierto. Estas personas aparecen tan solo a ciertas horas del día, y se dedican a una serie de actividades que el protagonista no logra comprender en un principio
En una de esas apariciones, una mujer llamada Faustine atrae la atención del protagonista. Bella, parece tener una relación con uno de los veraneantes, y con el inventor Morel, quien paulatinamente se revela como un personaje de importancia para los demás veraneantes.
A fuerza de observar a Faustine, nuestro protagonista se enamora de ella, y, cual adolescente primerizo, se devana los sesos buscando una oportunidad para acercarse a ella. Diseña un jardín al alcance de su vista, pero Faustine lo ignora por completo, como si sus sentidos no pudieran captar su existencia. Este hecho lo llevará a investigar hasta las últimas consecuencias la razón de la presencia del grupo en la isla, y descubrirá que guardan estrecha relación con las extrañas edificaciones que encontró en un principio. La explicación de los enigmas y el desenlace son tan sorprendentes como inesperados, al punto que concluimos que estamos ante una novela de ciencia ficción, de amor y con final feliz, como mínimo.
En efecto, Morel ha inventado una máquina que permite capturar la entidad de las personas, su existencia en sí, y reproducirla a voluntad. Pero esta captura implica la muerte de la persona que es registrada o grabada.
Todo ello sin dejar aparte el aspecto que tanto gusta al sector "culturoso" de la población: las implicaciones filosóficas. La novela juega con la idea del solipsismo, el eterno retorno y la ontología, de manera tal que para un lector con educación secundaria elemental estas alusiones son evidentes, pero están tan bien engarzadas que no constituyen parrafadas intonsas. De hecho, de la reflexión sobre estas cuestiones dependerá la decisión final del protagonista para dar una salida a su amor por Faustine.
Ciertamente, no estamos ante una narración de ciencia ficción al estilo norteamericano o europeo, pero constituye un excelente ejemplo de las alternativas que ofrece la ciencia ficción en América Latina.
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