Supongo que sería mucho más elegante y cool dejar de lado la space-opera, las aventuras escapistas, la ciencia ficción primitiva producida en los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX; y concentrar esfuerzos en las intrincadas y desafiantes especulaciones científicas que ofrece la ciencia ficción contemporánea, por cierto, mucho mejor escrita que la de la llamada “Edad de Oro”. Es decir, comentar algún libro de ciencia ficción seria o de la buena, para no malear el contenido (¿?) de Ciencia Ficción Perú .
Pero, ¿cuántas veces no hemos tenido que esperar horas en algún consultorio o dependencia pública? ¿Cuántas veces no hemos tenido que efectuar un largo viaje en ómnibus, en los que los recorridos se miden, además de en kilómetros, en horas (incluso días)? Y en semejantes situaciones, más abundantes en nuestras vidas que los momentos de absoluta y solitaria paz, ¿quién no agradece la existencia de nuestras novelas escapistas, sencillas y desechables de toda la vida? A veces, quizá por el prurito de no parecer intrascendentes, pecamos de irrealistas a la hora de expresar nuestros gustos literarios o artísticos. No todos los libros que leemos tienen el mismo nivel, ni los leemos todos en idénticas ocasiones, ni mucho menos, satisfacen las mismas necesidades.
Vamos, que no siempre leemos en un estudio o biblioteca ad hoc, con lámpara especial, taza de te o café, y una total falta de conexión con el mundo exterior.
Y es en estos momentos en los que la literatura que no solemos colocar en el primer puesto de nuestros estantes o en los casilleros correspondientes a “las mejores novelas o cuentos que he leído”, aparece y nos salva completamente el día. Momentos en los que obviamente preferimos las aventuras de un espadachín en Marte antes que las especulaciones metafísicas de un especialista en física cuántica (que por cierto tiene su momento, importantísimo en verdad).
Desde esta perspectiva, mal haríamos en hacerle ascos a novelas y novelitas leídas en ocasiones que, de no ser por las mismas, serían mucho más difíciles de sobrellevar. Hay quien critica la existencia de narrativa que se lee al paso (en los buses, en los trenes). Yo digo: gracias a Dios que existe la literatura escapista. Precisamente, uno de los mejores ejemplos de este tipo de historias es Una princesa de Marte , de Edgar Rice Burroughs (sí, el mismo de Tarzán de los monos). Una aventura de capa y espada en escenario exótico, con héroe fuerte, atlético, valiente e inteligente a más no poder, y con princesa que encarna el non plus ultra de la belleza, además de buen carácter, fidelidad a prueba de balas y una figura que ni con liposucción.
Añádase un escenario tan exótico como irreal: un hipotético planeta Marte poblado por seres increíbles, animales de anatomía imposible, un hermoso cielo violeta con dos brillantes lunas recorriéndolo y de fondo, intrigas y más intrigas a cargo de los malvados de turno, cuya solución requiere la continua intervención del héroe, con quien por supuesto, todos nos identificamos: el héroe no tiene que sacar cuentas para que el sueldo dure hasta fin de mes, no se mira al espejo todos los días viendo cómo le salen canas, arrugas y barriga. Nada de usar anteojos o caminar con cuidado para evitar asaltos y robos. Qué va, desde la primera hasta la última página, cualquier, repito, cualquier problema lo resuelve a punta de espadas, sin otro desgaste que el sudor que cubre sus abultados músculos, resaltados así ante las admirativas miradas de la princesa, sus damas y los envidiosos guerreros enemigos. Por que todos los personajes que importan son nobles guerreros o damas. Nadie tiene el mal gusto de ser abogado, político, contador (contable, que le dicen en España), conductor de ómnibuses o cualquier otra profesión que sirva de algo. Y las relaciones de parentesco son casi siempre de lo más simple, sólo hay padres, hijos (adoptivos, a veces) y amigos. Nada de madrinas, suegras, concuñados y ex – esposos(as). Bañarse no le hace falta, ni cepillarse los dientes, pues siempre hay un perfume o bebida maravillosos que limpian y perfuman por dentro y por fuera, usando tan solo unas gotas entre pelea y pelea. ¿Algo más que se pueda pedir? Los villanos se dividen en villanos valientes, que al final se vuelven amigos o aliados, y en villanos cobardes, usurpadores de tronos que no les corresponden y que siempre son derrocados, para felicidad de sus pueblos, generalmente descontentos debido a los exorbitantes impuestos que los villanos (malvados) suelen cobrar. Claro, el elemento tecnológico no puede faltar, pero no es problema. Naves voladoras, rayos mortales, tecnologías incomprensibles… todo, todo se soluciona a punta de espada (¿no lo dijimos ya?). Y el héroe, en este caso John Carter, caballero de Virginia, transportado misteriosamente a Marte, se queda al fin solo con su amada Dejah Thoris… bueno, en realidad, esto no sucede al final de “Una princesa de Marte”, pero no por eso es menos predecible. Y si se quedaron con ganas de más, Edgar Rice Burroughs escribió, además de Una Princesa de Marte en 1912, las siguientes continuaciones de las aventuras marcianas de John Carter y su descendencia: Los Dioses de Marte (1914), El Señor de la guerra de Marte (1918), Thuvia, doncella de Marte (1920), El Ajedrez vivo de Marte (1922), El cerebro supremo de Marte (1928), El Guerrero de Marte (1931), Espadas de Marte (1936), Los hombres sintéticos de Marte (1940), Llana de Gathol (1948) y John Carter de Marte (1964).
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