Los rusos lo vuelven a hacer. Nos describen - oh si - nuestro mundo inmundo, visto desde la óptica del también hipotético Hombre Nuevo del soviet. De pasada, desmitifica a Flash Gordon, John Carter, Neo, Superman... es decir, a los héroes (¿dioses?) del panteón capitalista, los campeones del individualismo, los todopoderosos hijos de Heinlein.
En efecto, de darse la posibilidad de intervenir en la historia antigua, especialmente en la de otro planeta, un planeta que atraviesa por el período correspondiente a nuestra Edad Media, para superar dicho período en pro de una sociedad más evolucionada, contando además con el poder de una tecnología avanzadísima y, sobre todo, con el convencimiento total de tener la razón, ¿sería ética tal intervención? ¿tendría éxito la misma?
Tengo por seguro que los hermanos Strugatsky no la deben haber tenido fácil con el aparato de censura de la ex URSS para poder publicar esta novela. Por que si bien cuestionan - no podía ser de otro modo, dado el contexto en el que escribían- las instituciones pertenecientes al decadente mundo occidental (la religión, la aristocracia, la explotación del ser humano, el machismo), cuestionan también el principio básico del socialismo real, esto es, la revolución violenta como inicio para alcanzar la utopía comunista. El devenir histórico de nuestro mundo - la caída del muro de Berlín en 1989 y lo que siguió después- les dieron la razón. Al igual que sus desengañados personajes, el mundo entero, comunistas y no comunistas, tuvo que enfrentar una dolorosa verdad: no se puede imponer la utopía por la fuerza.
La situación es la siguiente: un grupo de científicos sociales de la Tierra se encuentra de incógnito en un planeta distante, el cual está en una etapa histórica correspondiente a nuestra edad media. La misión del grupo de científicos es mezclarse con la población y observar su comportamiento. Pero a pesar de su mente científica y objetiva, les es díficil dejar de sentirse inconformes con el estado de cosas, caracterizado por la ignorancia, el atraso y el abuso. ¿Por qué no usar sus conocimientos, su poder, para cambiar las cosas? ¿Por qué no difundir ideas, impulsar rebeliones, apoyar a los individuos más despiertos e inteligentes? De hecho, varios de los investigadores terrestres han abandonado su forzada pasividad y han intervenido en los acontecimientos de la sociedad en la que se encuentran, con catastróficos resultados. La difusión de ideas y conocimientos genera más oscurantismo. Las rebeliones sólo sirven para cambiar un tirano por otro. El apoyo a los individuos con potencial los convierte en víctimas de la hoguera o de las mazmorras... ¡Qué difícil es ser dios! llega a exclamar Rumata de Estoria, noble aristócrata que en realidad es el científico terrestre Antón, tentado por las ventajas que le confiere su posición como supuesto cortesano, detentador de riquezas, tierras y siervos. Mientras, un émulo de Torquemada decide prestarle más atención de la ordinaria, descubriendo que el señor Rumata posee algunos bienes y muestra algunas habilidades difíciles de conseguir en aquel mundo. ¿Son producto de un pacto con el demonio, o es que el señor Rumata proviene realmente de un lugar muy, muy lejano? Podría ser un dios, pero un dios con "d" minúscula. Inevitablemente, Antón - Rumata se verá implicado en una intriga donde lo peor que le podría ocurrir no es ser descubierto, sino perder su propia vida. Deberá por fuerza abandonar su distante actitud científica y comportarse de acuerdo a las exigencias del medio que supuestamente solo debería observar.
Especulación histórica, intriga política y aventuras de capa y espada están presentes en "Qué difícil es ser dios". Sin embargo, estos elementos no impiden al lector experimentar cierto pesimismo respecto al devenir del mundo que nos ofrecen los hermanos Strugatsky: el nuestro.
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