Cantico a San Leibowitz
Walter M. Miller Jr.
Bruguera, Barcelona, 1972
Bastaría esta sola novela para desmentir la infame versión que muestra a la ciencia ficción como literatura de evasión o meramente escapista. Vamos, es absurdo que aún haya quienes afirmen muy sueltos de huesos que la ciencia ficción no es literatura “seria”. ¿Qué puede ser más serio y trágico que los efectos de una conflagración atómica? Sin embargo, la opinión general es que los grandes temas engendrados por la Segunda Guerra Mundial (por hablar de un evento obviamente trascendental) fueron las penurias de la guerra y posguerra, así como el padecimiento del pueblo judío. Sin embargo, el efecto más devastador de la Segunda Guerra Mundial, a saber, el uso de armas atómicas y la posible destrucción planetaria, solamente fue tratado por los escritores de ciencia ficción.
“Cántico a San Leibowitz” tiene todo esto y más. Está el gran tema de la civilización postatómica, surgiendo de los escombros de la nuestra. Está el gran tema de la preservación y desarrollo del conocimiento en un mundo neo oscurantista, en el cual, paradójicamente, es una institución tan llena de contradicciones como la Iglesia Católica la encargada de mantener, con muchos sacrificios, la chispa del conocimiento científico. Y está, por último, el gran tema de la religión, el enfrentamiento de la fe contra la razón, la extraña lucha por preservar una ortodoxia en un mundo eternamente cambiante y difícil de encuadrar en una doctrina, ya sea religiosa o ideológica.
La novela está dividida en tres partes. En la primera, “Fiat Homo”, asistimos al resultado de la guerra atómica total, recordada por la gente como el “diluvio de fuego”: grupos de seres humanos agrupados en hordas o tribus, bandas de salteadores, mutantes antropófagos. En medio de esa barbarie medieval, la Iglesia Católica aparece como una de las pocas instituciones que funciona, a fuerza de mantener una rígida ortodoxia. Hay una orden monástica nueva, la orden albertiana, fundada por un científico convertido al catolicismo luego de la guerra atómica. Sus escritos –la Memorabilia- son conservados por la orden, aún cuando el significado de estos se ha perdido. Un novicio, el hermano Francis de Utah, encontrará una lista de mercado que pasará a convertirse en una posible reliquia del mismísimo Leibowitz, encontrada además en circunstancias milagrosas… Miller conjuga la ingenuidad humana con su propia fe en la divina providencia, juega con ambas, y nos ofrece la gestación de un mundo que vuelve a caminar por la senda del conocimiento y la ciencia.
En la segunda parte, “Fiat Lux”, nos encontramos ante un nuevo Renacimiento, con sus instituciones seglares apropiándose del rol otrora asumido por la Iglesia Católica, esto es, la investigación científica, pero esta vez con el objeto de someter dicho conocimiento y sus productos al poder mundano. En la abadía de la orden albertiana, obligada a soportar la presencia de uno de estos investigadores, se ha restaurado un generador eléctrico que permite iluminar la oscura biblioteca de la abadía. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que esto se sepa fuera de los claustros? ¿Quién vencerá en esta nueva versión del eterno conflicto ciencia-religión?
Por último, en “Fiat voluntas tua”, damos un salto a un futuro que podría parecerse al nuestro. La humanidad ha redescubierto la energía atómica. Naves espaciales surcan el espacio, permitiendo el establecimiento de colonias humanas en otros planetas. Pero este inmenso progreso no impide el surgimiento de las sempiternas rivalidades entre los diferentes pueblos de la Tierra, tengan el nombre que tengan. Un nuevo conflicto de alcance mundial está por producirse, y como siempre, nadie parece escuchar las advertencias. La orden de San Leibowitz, sin embargo, tiene un plan para proteger su legado propio – la Memorabilia, que incluye los antiquísimos documentos atribuidos al fundador de la orden – y de paso, empezar de nuevo en otros mundos. Mientras tanto, en cuanto seguidores de una doctrina, los sacerdotes de la orden se enfrentarán a un mundo más que secularizado, en los que el mal supremo – Lucifer ha caído, se dice – se confunde (y los confunde) con el bien. Es imperdible el final de la novela, aún para quienes no sean creyentes, por su tremenda carga emotiva.
Cántico a San Leibowitz obtuvo el Premio Hugo en 1961.
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